sábado, 30 de marzo de 2013

Una pasión de Semana Santa

Cada año, desde los ochenta, la buscaba   en las procesiones de la Semana Santa y siempre le extrañó  que Sabina no hubiera convertido en canción esa historia. Todo había comenzado un amanecer, en una de esas despedidas con pocas cosas que decirse de aquellos días de canciones y movidas. «Me voy a dormir hasta la hora de la procesión. Búscame y luego nos vemos, llevaré unas bambas blancas», le  dijo. No le pidió el teléfono, los móviles aún no se habían inventado y él pensaba que tarde o temprano se la encontraría por ahí.  Nunca había participado en una procesión de la Semana Santa y ni siquiera se había esforzado en ver pasar ninguna. Pero esa tarde la fue a buscar. Se puso en una esquina con la idea de penetrar todos los agujeros de las caperuzas por ver si distinguía sus ojos. Miró  todos los pies y buscó las bambas blancas. Alguna vez se acercó al remolino  de gente y hasta se chocó, involuntariamente eso sí, con un  paso. Nunca  volvió a saber de ella pero se convirtió en un habitual de las procesiones. Las de su ciudad,  las de ciudades vecinas y hasta las de ciudades lejanas.   Los ochenta se hicieron grandes y luego desparecieron, llegaron los noventa y hasta cambió el siglo. Vinieron  los móviles, twitter y  facebook. Pero ahí estaba, cada Semana Santa,  rememorando religiosamente aquella pasión. Dios era mujer.